Ni hubo Grito ni Independencia
Datos duros: A las 11 de la noche del 15 de septiembre de 1810 no ocurrió nada, absolutamente nada: el virreinato de la Nueva España (hoy México) durmió plácidamente. A las 7 o las 8 de la mañana del 16, el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, repicó la campana de su iglesia para llamar a misa no sólo porque era domingo, sino porque estaba avisado de que la conjura independentista, que él y otros organizaban, había sido descubierta y era necesario adelantar vísperas.
Y las adelantó de la peor manera: al llamado a misa dominical llegaron feligreses. En vez de misa escucharon, en el atrio, una fervorosa arenga para levantarse en armas, así que fueron “a por ellas”, y no encontraron, como era de esperarse, sino azadones, uno que otro machete, palos y los más acomodados algún pistolón. Luego Hidalgo se apresuró a enajenarse cuanta voluntad independentista había, y era nutrida hasta entre españoles, pues abrió cárceles para hacer soldados de los criminales y comenzó una carrera de sangre inútil que, en Guadalajara, llegó a su mayor sevicia con fusilamientos de hombres, mujeres y niños por ser españoles. Cuando, al cabo de apenas diez meses, el cura fue detenido y juzgado, se le interrogó sobre el motivo para no someter a juicio a aquellas personas ejecutadas. Su respuesta hiela la sangre: “Porque sabía que eran inocentes”. He ahí, en su sangre, al Padre de la Patria.
¿Y qué consiguió Hidalgo? Nada, absolutamente nada. Removió el Bajío, algo de Jalisco, parte de Michoacán y del hoy Estado de México. Nada en un país que, entonces, llegaba por el sur hasta Colombia y por el norte limitaba con el actual estado de Oregon. Morelos duró un año más, Guerrero se subió a las montañas de la región que hoy lleva su nombre, y allí pudo morir de anciano porque en nada interrumpía la marcha del virreinato.
Otros levantamientos ya los había tenido el virreinato. La idea de la independencia había madurado hasta en las autoridades españolas. El virrey José de Iturrigaray y el Ayuntamiento de la Ciudad de México, con la participación del síndico Francisco Primo de Verdad, dos años antes, en 1808, habían planeado llamar a un Congreso Nacional que condujera al país hacia la independencia, sin derramar sangre ni destruir la economía. Fray Melchor de Talamantes, fray Servando Teresa de Mier, el obispo Abad y Queipo y muchos españoles estaban entre los partidarios de la independencia.
Pero entonces comenzaron las desgracias de este país: un golpe derrocó al virrey ¡precisamente la noche del 15 de septiembre!, pero de 1808, Talamantes fue refundido en San Juan de Ulúa, por donde ya había pasado fray Servando, y Primo de Verdad murió, en su celda del arzobispado, bajo circunstancias nunca esclarecidas.
La independencia debió esperar hasta 1821, cuando, sin disparar una bala, una negociación de terciopelo con el recién desembarcado virrey, Juan O’Donojú, logró la independencia de “la América Septentrional” en Córdoba, Veracruz, durante el viaje del virrey a la Ciudad de México y sin haber tomado posesión de su cargo. El 27 de septiembre, once años después del infructuoso y sanguinario levantamiento de Miguel Hidalgo, con la entrada clamorosa de los insurgentes a la capital, concluyeron 300 años de colonia. El virrey, ya ex virrey, formó parte de la Junta Provisional que gobernó el nuevo país hasta el nombramiento de Iturbide como Agustín I, el primero de dos infortunados emperadores de México.
¿Y el Grito del 15? Como ya (casi) todo mundo sabe, el 15 de septiembre era cumpleaños y santo del presidente Porfirio Díaz, el dictador más longevo hasta Fidel Castro, que ya lo superó. Así que había gran fandango en el Palacio Nacional y una verbena popular abajo, en la plaza del Zócalo. El Presidente salía al balcón central del Palacio a recibir las felicitaciones de su pueblo. Eso era todo.
Pero, en 1896, Porfirio Díaz hizo llevar la campana de Dolores a la Ciudad de México, y el 14 de septiembre quedó colocada sobre el balcón central; eso bastó para acompañar la tradicional salida del cumpleañero al balcón con el tañido de la campana de Dolores y los gritos a los dirigentes de aquella fallida revuelta.
Así que el “Grito” se origina en la ocurrencia del dictador y el bailongo por su cumpleaños. Toda historia patria es fantasiosa y debe simplificarse a los niños, pero la nuestra es patológicamente falsa. Desde ahí arrancan nuestros males presentes.
Luis González de Alba es premio nacional de periodismo (1997)
Nota 1: El hecho que llevó a la élite criolla en América a comenzar el movimiento emancipador fue la ocupación francesa de España, en 1808. Hay que recordar que en ese año, Carlos IV y Fernando VII abdicaron sucesivamente en favor de José Bonaparte, de modo que España quedó como una especie de protectorado francés, por lo que la idea de independizarse de España no era tal en su inicio, sino rebelarse a serlo de un monarca francés, ya que la ideología era ser súbditos del rey de España, pero no de España como zona geográfica.
Nota 2: El primer "Grito" lo dió Ignacio López Rayón en Huichapan, hoy Hidalgo, el 16 de septiembre de 1812. Fue Maximiliano de Habsburgo quién lo institucionalizó en 1862, dándolo en Dolores, Hidalgo; después ya vino el General Díaz, porque Juárez nunca lo dió; los conservadores odiaban a Hidalgo y no le perdonaron a Maximiliano su ocurrencia.
Sí señores el 15 de septiembre conmemoramos a Don Porfirio, no a la Independencia de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario